Quiero compartir algo que medité mientras leía el evangelio de San Lucas 1,39 y ss. Cuando María se entera
que su prima Isabel estaba embarazada se fue a prisa a visitarla, no dice que se
fue lentamente, o se tomó un tiempo para iniciar su viaje, por el contrario, se
resalta la rapidez de María para ir con su prima, brindándonos así, un ejemplo de como obrar con la familia, como
atenderla, la disposición para ayudar, e ir al encuentro. Dice el evangelio que
entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel, y cuando
Isabel escuchó el saludo de María, su voz, su presencia, allí, en su
casa, la criatura que estaba en su vientre, Juan el bautista, se estremeció. Pensemos por un momento en ese instante como si estuvieramos allí, en esa escena, cuando un niño de apenas 6 meses aproximadamente de gestación ante la
presencia de María, se estremece, reconoce a quien tiene allí, ante su
madre y ante él. Hoy día en nuestras vidas y aún con muchos años encima,
estudios, concienzudos razonamientos, no reconocemos la presencia de
María en nuestras vidas, su ejemplo, su testimonio de vida y por tanto,
no somos capaces de estremecernos ante su presencia.
Continua el evangelista diciendo que, Isabel al oír la voz de María quedó llena del Espíritu Santo y con voz fuerte, no dice que hablo a media voz, ni susurró, murmuró, etc., dice que con fuerte voz, que es el resultado de estar completamente segura, con determinación, convencimiento, pronunció las siguientes palabras:
"¡Dios te ha bendecido más que a todas las
mujeres!" no dice solo que Dios la bendijo, añade la palabra MÁS, y también dice: "¡y ha bendecido a tu hijo!" pues tanto la madre como el
hijo están benditos, y nosotros con total seguridad también debemos decirlo las veces que sea
necesario, pues el Espíritu Santo es quien llenó a Isabel de su
sabiduría, e hizo que expresará estas bendiciones tanto a María como a
Jesús en el vientre de su mamá.
Prestemos especial
atención a lo que agrega Isabel a continuación: "¿Quién soy yo, para que
venga a visitarme la madre de mi Señor?" Imaginen como se sintió Isabel ante la presencia de María,
tanto así, que reconoce con mucha humildad que no merece la visita de María, y aquí es bueno preguntarse, si hemos obrado con
humildad ante María y su presencia, si hemos
despreciado su visita a lo largo de nuestras vidas, pero más importante
aún, es lo que el Espíritu Santo lleva a decir a Isabel al final de esa
frase, cuando reconoce que María es la Madre del Señor, la madre de Dios.
Pidamos a Dios que nos envíe el Espíritu Santo y nos de la gracia de ser visitados por María, nos permita
escuchar su voz, estremecernos ante su presencia y con mucha humildad
ante ella, reconocer que es la Madre de Dios nuestro Señor.
Amén
Johan Parilli
28 de Julio 2016
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